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domingo, 31 de enero de 2010

Sonrisa.

Me gusta acostarme sobre el césped, cerrar los ojos y sentir el aire sobre mi cuerpo. Estirar la mano y rozar con las puntas de los dedos cada una de las briznas de hierba. Abrir los ojos y descubrir las nubes que surcan el cielo. Ver pasar un avión, que marca un camino con su estela, e imaginarme a qué pequeños mundos se dirige, cuántas personas viajan en él o sus motivos para estar sentadas en este preciso momento en el asiento de ese avión... inventarme mil historias con cada una de ellas, recrear el significado de sus vidas, creerme capaz de descifrar esas incógnitas me hace feliz. Casualidades que hacen que igual me las cruce algún día de mi vida y nunca lo averigüe o que yo misma me encuentre en algún momento viajando en ese avión, o que quizás ya lo haya hecho... Esbozo una sonrisa pensándolo, me gusta sonreír, entreabrir los labios y sentirme feliz.
Estoy rodeada de margaritas amarillas de todos los tamaños, cojo la más cercana a mi mano y la observo de cerca, es preciosa, imperfecta... rozo cada uno de sus pétalos y comienzo a jugar, me encanta, otra sonrisa aparece en mi cara, un pétalo, dos pétalos, tres pétalos... sí, no, sí, no... vuelvo a crear mis propias normas del juego, nadie me lo impide; si el último pétalo arrancado es un no, no me sirve, seguro que está trucada esa flor, cojo otra margarita y comienzo de cero, quizás esta sea la acertada... así hasta que consigo un sí. Otra sonrisa adorna mi cara.
Me gusta saber que existen pequeñas cosas que alcanzo a controlar a pesar de la magnitud de la vida; momentos que puedo recrear en mi cabeza, que son míos y que los puedo guardar para siempre. Nadie me los logrará robar, incluso poseo el privilegio de modificarlos a mi antojo. Disfruto tumbada en la hierba, notándola contra mi cuerpo, escucho el viento que mueve mi cabello y espero a que aparezca una mariquita, sonrío y soy feliz. Solo me preocupa darle un sentido a cada nube del cielo.

jueves, 14 de enero de 2010

Ventana.

Se imaginaba cada tarde al ver al sol decirle adiós todo aquello que quiso vivir y no fue capaz. A través del cristal de la ventana recordaba momentos pasados. Al final todas las imágenes se entrelazaban en su mente, el pasado lejano, el pasado más próximo y todo aquello que inventaba... Le hacía feliz pensar que todo había sucedido así. Se creía sus propias mentiras porque era la única forma de poder decirle adiós al propio sol.
Cerró los ojos. Rememoró cada detalle de aquel día de invierno. Comenzaba a llover y él apareció, se resguardaron bajo aquella marquesina de autobús. Le habló, volvió a oír su voz después de tanto tiempo, y el miedo desapareció por completo; reaparecieron aquellas sensaciones en el estómago que tanto había echado en falta hasta ese momento.. Pasearon por la alameda procurando no pisar los charcos y como dos locos se comieron un helado mientras entre cucharada y cucharada se confesaban todo aquello que se habían perdido el uno del otro; hasta que ella no aguantó más y se lo preguntó. La duda le rondaba la cabeza cada minuto de todos aquellos días que no habían compartido... su respuesta (in)esperada fue que sí, cada instante la había extrañado, no se había podido olvidar de ella...
Con los ojos cerrados continuaba recreándose en sus memorias... Él aparecía en casi todas; junto a él fueron apareciendo poco a poco tres criaturas preciosas, primero un niño sentado en su regazo, luego otro que sonreía a la cámara y a su lado con una muñeca en sus brazos una niñita con la mirada perdida... Los cuatro le decían adiós con la mano, pero ella no podía llegar a recordar del todo en que momento ocurrió...
Nunca más volvió a abrir los ojos. Se quedó allí, con su mano arrugada por el paso del tiempo contra la ventana como intentando coger algo con sus delicados dedos. Quizás era cada uno de los recuerdos que creaba, quería retenerlos para siempre en su memoria, quería hacerlos suyos... y finalmente lo consiguió, se inventó su propia vida, creo un puzzle formado por memorias ajenas. Sin embargo ella nunca quiso darse cuenta.

domingo, 10 de enero de 2010

Tango.


Rápido, rápido, lento; rápido, rápido, lento...
Suena un violín desgarrador, acompaña nuestros pasos, nuestra historia, nuestra vida... con cada compás recuerdos buenos y malos, lloros y sonrisas.
Tango arrabalero de los bajos fondos de Buenos Aires, puro sentimiento sin cortar, se mezcla con el ruido del viento contra la ventana. Allí estamos los dos, tus manos rodeándome, mis piernas se cruzan, descruzan y trazan las caricias que desvelan nuestras miradas... Música de traición, de dolor y de pasión; reflejo de lo que fuimos... incontrolados sentimientos que nos cegaban, no nos permitían reconocer todo aquello que éramos y formábamos.
Las mentiras crecían y crecían hasta que no pudimos más y nos abandonamos a nuestros propios destinos. Sin embargo cada vez que suenan esos compases nos devuelven a aquel apartamento donde nos deshacíamos en caricias, la distancia que nos separa se acorta y todo vuelve a ser como fue...
A pesar de las mentiras eramos felices recreándonos en aquellos sentimientos... Visto ahora solo formábamos parte de una gran falacia inventada por nosotros mismos, un mundo donde escondernos; no nos hacía daño y al mismo tiempo sabíamos que no era bueno... pero éramos felices en nuestro propio escondite, donde solo estábamos nosotros y aquel tango.